Enseñanzas de la pandemia de COVID-19
en América Latina: la vulnerabilidad genera más vulnerabilidad
Halpern y Ranzani
La pandemia de COVID-19 que golpeó al mundo en el 2020 fue
particularmente dura en América Latina, donde la confluencia de disparidades y
vulnerabilidades sociales derivó en una serie de crisis económicas y de salud
sin precedentes. Un impacto notable es la altísima mortalidad en la región,
especialmente en cuanto al “exceso de mortalidad”, que probablemente refleje
mejor el total de muertes directas e indirectas producidas por la COVID-19. Dentro de todas estas hacemos un homenaje a la muerte de nuestros afiliados y las de sus familiares cercanos.
Cuando irrumpió la pandemia en América Latina, se creyó
erróneamente que sus efectos serían más leves que en Europa, ya que la
población latinoamericana es más joven. Sin embargo, una vez ajustadas las
diferencias etarias, las tasas de letalidad en América Latina y en los países
de ingresos bajos y medianos son peores que en los países europeos de ingresos
más altos. Aunque la edad es una medida objetiva, a lo largo de la vida se dan
factores estresantes que pueden hacer que personas (y poblaciones) de una misma
edad biológica tengan riesgos de salud sumamente distintos. Las personas
vulnerables en los países de ingresos bajos y medianos suelen estar expuestas a
factores nutricionales, ambientales y laborales peligrosos y sufren pobreza,
marginación social y racismo estructural. Por lo tanto, si se hacen
comparaciones entre países con grandes inequidades y países que tienen mucha
menos inequidad sobre la base solamente de la edad, se aborda de manera
superficial la trayectoria del curso de vida y los riesgos de la población
afectada por la COVID-19. Introducir sistemas de protección social es una forma
de abordar las vulnerabilidades en la región. Con miras a futuras crisis de
salud, es fundamental que los Estados latinoamericanos asuman un compromiso
para dar respaldo fiscal a dichas medidas y trabajar activamente con los grupos
vulnerables, a fin de subsanar las limitaciones y disparidades.
Los niños y adolescentes también constituyen una población
vulnerable, que se ha visto afectada de manera desproporcionada por la COVID-19
en América Latina y que se ve influida por factores vitales relacionados con la
enfermedad. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia calcula que más de
168 millones de niños no concurrieron a la escuela durante casi un año entero
por los cierres en relación con la pandemia. Dos tercios de los países cuyas
escuelas cerraron por completo están en América Latina. Estos cierres afectan
no solo al aprendizaje y al desarrollo, sino también a la nutrición, ya que
muchas familias de países de ingresos bajos y medianos dependen de la escuela
para dar de comer a diario a sus hijos. Como era de esperar, en varios informes
se pone de relieve la reducción general de la calidad de los alimentos
consumidos por las personas pobres durante la pandemia, una situación que puede
incrementar las tasas de desnutrición y obesidad infantil, con consecuencias
duraderas.
Creemos que la difusión de información falsa es otro síntoma de “vulnerabilidad que genera más vulnerabilidad”. Al transmitir la idea errónea de que la COVID-19 se podía tratar con medicamentos, millones de personas se expusieron innecesariamente al virus (aumentando la tasa de transmisión y, en consecuencia, la carga total de la COVID-19 en la región), por no mencionar las posibles consecuencias para la salud de los propios medicamentos y los costos económicos de los tratamientos ineficaces. Además, la desinformación suscitó la reticencia a vacunarse en América Latina, una región que tradicionalmente ha mostrado gran aceptación de las vacunas.El sector de la salud pública debe coordinar medidas que se centren en la capacitación, para mejorar la comunicación y apoyarla durante las crisis de salud, lo que podría reforzar la confianza del público en la ciencia y su adhesión a las medidas eficaces.
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